Aventureros del Polo Sur: Robert Scott y Frank Wild

 


Siempre me han gustado las historias de los grandes exploradores, esas personas embarcadas en la búsqueda de lo desconocido, de querer agrandar el mundo y llegar hasta donde nadie ha llegado y volver para contarlo. A veces esto ha podido ser, como le sucedió a la tripulación del Endurance capitaneada por Ernest Shackleton, pero en otras ocasiones la vuelta ha sido imposible y solo nos ha quedado el manuscrito tembloroso, esbozado con el último aliento, de aquella aventura imposible como le sucedió al capitán Robert Scott. Y es que estas dos historias, las del capitán Scott recogida en El diario del Polo Sur y la de la tripulación del Endurance en Wild, el viaje definitivo son, sin duda, dos de mis favoritas. Ambos libros tienen en común el fracaso, ninguna de las expediciones logró su objetivo, pero siempre he creído que el fracaso tiene su épica y a su vez otras hazañas que también merecen ser contadas.

En El diario del polo sur de Robert Falcon Scott se recogen las anotaciones que hizo el propio capitán Scott en su diario durante el periodo de 1910 y 1912, años en los que se preparó y partió hacia su gran aventura: liderar la expedición Terra Nova y alcanzar el Polo Sur. A lo largo de todo el libro se recogen las anotaciones que Scott hacía en su diario, anotaciones que yo imagino hechas con mano temblorosa, tras un día de larga caminata, anotaciones hechas con hambre a la luz de un quinqué en el interior de una tienda de campaña cuyas lonas eran azotadas desde fuera por el aire del polo, tan inhóspito como cruel. En las primeras páginas uno puede reconocer el optimismo del explorador, la ilusión ante la aventura atezada por su anterior éxito, descubrir la meseta antártica con la Expedición Discovery. El diario recoge los meses previos a la partida, el duro entrenamiento al que tanto él como sus hombres se sometieron y una certeza entre sus páginas: el hielo, el frío y el hambre iban a presentar batalla. El optimismo inicial va amainando conforme avanza la expedición donde se alternan los días buenos y los malos hasta llegar al clímax de la misma: alcanzar el Polo Sur y descubrir que se ha cumplido el peor de los pronósticos: justo un mes antes el noruego Roald Amundsen había logrado llegar y, por tanto, Scott perdió la carrera hacia el polo. A partir de ese momento ya solo quedaba la vuelta vencidos por el cansancio, la falta de alimentos y las primeras bajas en la expedición.

Tal vez esta última parte sea la más humana del diario, la más cruenta, donde leemos entradas cada vez más breves, precisas, llenas de esa urgencia que necesitan las palabras en los momentos límites. Y por supuesto la tragedia, cuando a tan solo 20 kilómetros de un puesto de suministros, el encuentro con un grupo de apoyo no llegó a producirse y Scott y sus hombres murieron en sus tiendas siendo encontrados poco después y con ellos las páginas del diario que dan cuerpo y voz a esta obra.

Por otro lado, en Wild, el viaje definitivo asistimos a la expedición que hizo Ernest Shackleton con la intención de atravesar toda la Antártida una vez que el Polo Sur ya había sido alcanzado por Amundsen. El libro se centra en la supervivencia de la tripulación una vez el hielo atrapó el Endurance, su barco, y se vieron obligados a sobrevivir en los botes, en campamentos improvisados y a las duras condiciones que presentaba la isla Elefante, una pequeña isla de piedra en mitad del océano. Lo que me gusta del libro es que se centra en el segundo de abordo, en Frank Wild, un hombre discreto pero que supo mantener la calma de la tripulación en las condiciones más duras mientras que Shackleton cruzaba 1300 kilómetros a través del océano del sur en un destartalado bote y con unos pocos hombres para conseguir ayuda. El regreso de Shackleton se retrasó varios meses y durante ese tiempo la templanza de Wild fue el único hilo que ataba al resto de la tripulación a la cordura, una templanza que mostraba hacia fuera pero que, interiormente, hacían sufrir al propio Wild. Aunque este libro no está escrito en primera persona, como sí es el caso del diario de Scott, y se basa en los testimonios posteriores, Reinhold Messner sabe dotar a su obra de la veracidad necesaria, de la épica del momento y sabe hacer justicia a un hombre que, aunque olvidado o, en el mejor de los casos, apenas mencionado bajo la sombra del titán que fue Shackleton, supo mantener la calma y atizar los ánimos de la tripulación que tanto le necesitaba.

La llamada edad heroica de la expedición de la Antártida está llena de nombres y obras, pero sin duda yo me quedo con estas dos. La de Scott por su valor testimonial, por la tragedia que esconden sus páginas, en el caso de Wild, por lo heroico que supone saber mantener la calma en una situación límite y dar visibilidad a un personaje ensombrecido en la historia. Tal vez estas obras no son las obras de unos perdedores, tal vez no todos los exploradores habrían mantenido la cordura de Scott para contar como algunos compañeros, presas de la locura y del frío, abrían la tienda a mitad de la noche y salían y desaparecían para siempre. No todos habrían mantenido la compostura de Wild que, a pesar de estar roto por las circunstancias, siempre buscó hacer reír y mantener la cordura de sus hombres. Tal vez Scott no fue el primero en llegar al polo, pero entre sus manos se encontraron las páginas de su diario y los primeros fósiles vegetales de la Antártida.

La historia la cuentan siempre los que ganan, pero los que pierden también tienen algo que decir y en su relato uno puede descubrir que sin la derrota la victoria nunca hubiera sido tan grande. 


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